martes, 14 de septiembre de 2010

DOÑA FLORENCIA LA VOZ DEL PUEBLO, ¿HASTA CUANDO? SOLO DIOS LO SABE.




En Camaná allá por el año 1900 se suscitó un hecho pintoresco y la vez inusual, en donde se vio envuelto el alcalde de nuestra provincia don José Mariano Zúñiga; a quien se le acusaba de malversar fondos del municipio, hacer favores políticos a familiares y amigos entre otras imputaciones; lo cual terminó por molestar a los pobladores; quienes mediante coplas, rimas e inscripciones en fachadas daban a conocer su descontento con dicha autoridad, disgustando este hecho a la vez al ilustre.
Una mañana en que la autoridad se encontraba lleno de furia por las injurias hechas en su contra, este no dudó en mandar a apresar a los autores de dichas inscripciones; lo cual cumplió haciendo capturar a algunos hombres a quienes se les acusaba de conspiración en contra de su mandato, pero en realidad estos ni siquiera habían hecho tal cosa, ni mucho menos eran los autores de los dichosos insultos, sino mas bien tuvieron la osadía de dirigir su mirada a la autoridad de manera desafiante, lo cual fue el verdadero motivo de sus aprehensiones.
Don José Mariano todas las tardes transitaba la tranquila calle del jr. 28 de julio, partiendo este desde el local concejal hasta su domicilio, pasando luego de unas cuadras por la casa de Doña Florencia Pastor, quien era una pícara y vivas abuelita, la cual estaba muy molesta con dicha autoridad por haber este mandado a cortar un árbol que ella plantó en su puerta hace ya algunos años atrás; así que la nonagenaria rápida en ingenio y terca en capricho, cada tarde esperaba recostada en su gran sillón de paja disfrutando de los últimos rayos de sol que caían sobre su rostro, el paso de dicho personaje por su frentera, la cual al ver al fulano comenzaba a gritar con las pocas fuerzas que le quedaban en la vida:
-¡que muera el alcalde! ¡que muera el alcalde!..........


Acto seguido de una serie de risotadas por parte de los vecinos y curiosos que por ahí se encontraban, lo cual molestaba y llenaba de impotencia a la aludida autoridad, dadas las burlas hechas por la pícara abuelita.
Esto hecho fue de conocimiento de los pobladores de la provincia, quienes se aprestaban cada tarde en las inmediaciones de la casa de doña Florencia a la hora que pasaba el mentado funcionario, donde siempre se repetía el mismo cuadro, lo cual era del agrado de los curiosos, al ver la molestia del mandatario y a la vez sentir que de alguna manera sus protestas estaban siendo escuchadas. Y de qué manera todavía.
El alcalde ante este hecho decidió hacer apresar a la abuelita y cuando se dispuso a llevar a cabo su propósito, el pueblo se levantó en plena casa de la anciana; pero esto no fue impedimento para que Doña Florencia sea conducida al puesto de guardia; donde el alcalde en presencia de la autoridad policial interrogó a la abuelita, increpándole por su conducta diciéndole:
- niegue usted ahora que todas las tardes se las pasa gritando: ¡que muera el alcalde! ¡que muera el alcalde! ¡que muera el alcalde!
A lo que la abuelita respondió con una paz y tranquilidad única:
- “que dios lo oiga hijo mío, que dios lo oiga”
Esto motivó la risa de los guardias y curiosos ahí presentes, así que al alcalde no le quedó más remedio que retirarse en medio de las pifias hechas por los pobladores en las afueras del puesto de guardia, para luego liberar a la entonces aclamada abuelita.
Así pasaron los días y este hecho se seguía repitiendo infinidad de veces, todas las tardes que el alcalde pasaba por la casa de dicha anciana, lo cual le causaba cada vez mayor molestia; hasta que un día el alcalde no soportó más y para ya no ser el blanco de las burlas, se dirigió a la casa de la nonagenaria en compañía del padre Juan, quien era el respetado padre de la parroquia y se suponía que por la investidura de este, podría tener alguna injerencia en la conducta de la abuelita, para así de una buena vez convencerla de que cese con sus burlas. Una vez frente a Doña Florencia los dos personajes, la molesta autoridad interrogó nuevamente a la abuelita diciéndole:
- haber niegue usted lo que grita todas las tardes ¡que muera el alcalde! ¡que muera el alcalde!
Para lo cual nuevamente la abuelita contestó de la misma manera:
-“que dios lo oiga hijo mío, que dios lo oiga”
Ante este hecho las risas y burlas por parte de los presentes no se hicieron esperar; así que una vez mas el alcalde emprendió su partida en compañía del padre Juan, quien lo tomó del brazo tratando de tranquilizarlo y le dijo:
- mire señor alcalde, yo conozco a Doña Florencia por muchos años y creo que es una buena mujer, si ella está haciendo esto es por que en algo malo debe estar andando usted y según la conozco no creo que ella pare en su afán de molestarlo, hasta lograr su cometido.
Así pasaron los días y este hecho se seguía repitiendo a diario en la frentera de Doña Florencia, lo cual hizo recapacitar al alcalde, el cual cambio sus malos hábitos en su labor edil y empezó a proceder de mejor manera, convirtiéndose en un alcalde honesto y trabajador; pero lo sorpresivo de este hecho, fue que el alcalde una vez actuando supuestamente de acuerdo a ley y como dios manda; doña Florencia seguía como todas las tardes burlándose de él, gritando a viva voz:
- ¡que muera el alcalde! ¡que muera el alcalde!
Así que a este no le quedó más remedio que hacer caso omiso a las injurias lanzadas por la anciana, para luego resignarse y pensar que este hecho le recordaría siempre lo mal que se comportó alguna vez con su pueblo, así que lo único que le quedó por hacer fue contestar con un cariñoso saludo a la pícara:
- “buenas tardes doña Florencia, muy buenas tardes”
Esto como muestra de agradecimiento por haberlo convertido en una mejor persona y un buen alcalde para los pobladores de la provincia.
Los años de la vida te dan
sabiduría e ingenio
que hasta al mismo diablo
hacen cambiar de genio.

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