martes, 20 de octubre de 2009

LOS PASEOS AL CHIFLÓN


En esta costumbre antigua de peregrinación a la desembocadura del rio donde se ofrecía la riquísima “capisca” de camarón que en otras ocasiones he tenido la suerte de probar es mencionada aquí con especial añoranza, también me queda demostrado que no era una exageración lo que me contaba mi abuelo Amadeo al hablar sobre la abundancia del camarón al momento de servir la “capisca” en esta fiesta diciéndome: “Era tal la cantidad de camarones que al ser echados estos sobre la mesa no se podía ver a la persona que se tenia en frente”; es por ello que procedo a transcribir esta parte de la tesis. (DESARROLLO TURISTICO EN EL DISTRITO MARISCAL CACERES-CAMANÁ/ELIANA MARIA TAPIA SALAZAR.)
Desde el mes de noviembre o diciembre que se cosechaba el maíz se preparaban los mejores caballos y las más hermosas yeguas, siendo alimentadas con este producto para que lucieran fornidos, esbeltos y de brillante pelaje. Todo preparativo para el domingo de tentación o domingo de amargura. (Un domingo después de los carnavales), a los animales se les trataba bien, se les conducía al medio de la sequia y bañaba con ternura esparciéndoles el agua fresca con un plato metálico y un lavador especialmente designado, para este fin. Desde el pescuezo hasta el anca, que con naturalidad le salía el brillo necesario, que caía como el cabello de una doncella haciendo juego con la cola al caminar.

Esto se realizaba aproximadamente hasta la década del 50, se hacia como lo hacen en la actualidad los magnates, lavando y sacando brillo a sus lujosos autos para lucirlos en las fiestas, encuentro o simplemente exhibirlos. Los caballos eran adornados con hermosas mantas marrones para los varones y de charol negro con enchapes de plata y adornos de oro para las damas; que la mayoría sabía cabalgar a la carrera.
Con estos hermosos animales se iban al “Chiflón”, este lugar se le conoce así por ser donde se reúne el rio con el mar, lugar donde los camarones frenaban sus andares sintiendo el sabor salado de las aguas que les esperaba, trataban de retornar frente a esta amenaza, encontrándose con el impedimento que las corrientes les había traído hasta estos lugares, pues en esa lucha por retornar, los crustáceos se aglomeraban convirtiéndose en presa fácil para los pescadores, que llenando sus atarrayas con facilidad, se aprestaban a la venta súbita de los camaroneros visitantes deseosos de probar este exótico alimento.
Todo estaba previsto, los lugares donde se vendían los camarones estaban protegidos con un techo de matara, impidiendo el paso de los rayos solares en caluroso verano, las mesas acompañadas de confortables mesas hechas con palos de callacás.
Se vendían los camarones ya sancochados, los comensales los pedían por latas de 18 kilos, que se echaban sobre la mesa, rodeados con enormes papas en igual numero de personas que se sentaban alrededor de la mesa, además cuatro platos de ají molido uno en cada lado de la mesa; como yapa se daba una al día de mas o menos de 65 cm. De largo, toda esta “capisca” (como se conocía), tenia el costo de 50 centavos de sol.
Pero como eran varias personas que hacían el pedido, echados sobre la mesa, tomaba una altura que no podían percibir los rostros de las personas que estaban sentadas frente a ellos, también consumiendo los riquísimos camarones lo acompañan del delicioso y generoso vino traído de Caravelí o Siguas, para asentar los camarones y dar cumplimiento al dicho antiguo” El pescado, los camarones y el cochino viven en el agua y se ahogan con el vino”.
Para estas fiestas de Amargura o Domingo de Tentación, se preparaba al costado de las enramadas de los lugares donde se vendían los camarones, terraplenes, pisos aplanados donde se ubican dos expertos guitarristas, que interpretan valses, marineras que los asistentes bailaban con elegancia, hasta que el sol se escondiera en el horizonte, obligándose a retirarse. Como siempre, no faltaba algún señor estimulado por la euforia de la jarana, que les ofrecía el caldo de gallina en su casa, donde se trasladaban todos, partiendo en sus elegantes animales.
A las doce de la noche recién se servía el caldo de gallina prometido, luego empezaba la retirada de los visitantes a sus respectivas moradas, con tristeza después de haber pasado un día maravilloso y que solo quedan gratísimos recuerdos de un pasado hermoso, que muchos jóvenes ignoramos, estas costumbres de nuestra santa tierra que se repetían año a año, pues lo recuerdo con nostalgia.

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