domingo, 5 de julio de 2009

LA NIÑA


Cuenta la gente vieja de nuestra provincia, que no hace muchos años vivía en el distrito de La Pampa una pobre anciana en compañía de su nieta de seis años, quienes moraban en una vieja choza que se ubicaba en lo alto de una loma y se acompañaban con un grupo de animales que criaban en un pequeño corralito contiguo a la choza. Estas dos mujeres se veían tan ligadas en sentimientos como alejadas en edad viviendo de la caridad de la gente del pueblo al cual iban cada cierto tiempo donde para ser atendidas por el padre de la parroquia y una que otra mujer de las familias pudientes de Camaná que no dudaban en hacer caridad con ellas.
Una noche fría de julio en que las heladas golpeaban los huesos, dos malhechores se encontraban libando licor en una cantina de mala muerte a las afueras del pueblo y una vez viéndose con los bolsillos vacios al igual que sus copas, uno de ellos comentó que cada día que pasaba por el distrito de La Pampa camino al pueblo pasaba por la chocita de estas dos mujeres quienes vivían solas a su suerte, con lo cual una espantosa idea se apoderó de la mente de los facinerosos y así estos se propusieron ir a dicho lugar y robar los pocos animales con los que ellas contaban, para así venderlos y poder seguir bebiendo.
Los ladrones se acercaron hasta la parte trasera de la choza sin ser vistos ni oídos por la abuela y la niña quienes dormían plácidamente, cuando de pronto un ruido producido por los asustados animales levantó a la abuelita quien fue a ver lo que ocurría provista de una pequeña y agonizante vela; encontrando a los ladrones en plena faena, matando a una de las ultimas gallinas del corral, a los cuales les increpó diciendo: ¡dejen mis animales caracho!; esto molestó a uno de los ladrones quien al verse descubierto tomó un tronco seco con el cual propinó un mortífero golpe en la cabeza a la pobre anciana, quien cayó al suelo donde yacía junto a un gran charco de sangre con lo cual los delincuentes la dieron por muerta; luego cuando pensaban en marcharse se les ocurrió la espantosa idea de quemar la choza para así encubrir su feroz crimen.
Minutos más tarde la niña despertó producto del humo que invadía sus pulmones par lo cual corrió a buscar a su abuela sin encontrar a esta, luego dirigiéndose a la parte trasera de la choza la vio tirada a punto de ser devorada por el fuego, así con las pocas fuerzas con que ella contaba pudo mover a la ya muerta abuela lejos de las llamas, para luego con el amanecer llorar desconsoladamente al ver a su abuelita fallecida y la aterradora imagen de la pequeña choza quemándose; alguna gente del pueblo corrió a auxiliar a estas mujeres encontrando a la niña con su abuela al lado de la choza reducida a cenizas, lo cual conmovió mucho a la gente de la provincia. Así cayo la mañana y con ello las autoridades ahí presentes llegaron a la conclusión de que la abuela había sido asesinada al ver que esta tenía un gran golpe a la altura de la sien, los animales habían sido robados y la choza incendiada causando un gran repudio en la gente quienes no creían de que un ser humano podía ser capaz de hacer tal cosa.
Así pasaron los días y la abuela fue enterrada en el cementerio de la ciudad en un sencillo velorio donde la niña estuvo presente y no volvió a pronunciar palabra alguna ante lo ocurrió esa fatídica noche; la pequeña fue llevada a vivir a la casa de monjas de la provincia donde buscaría consuelo en los brazos de Dios y con ello poder remediar en algo su dolor. Así pasaron los años y la niña seguía sin pronunciar palabra alguna lo cual preocupaba a las madres quienes la tenían a su cargo y sentían un gran cariño por ella; deseando que esta supere el cuadro vivido anteriormente, pero ningún intento parecía dar resultado pues la niña extrañaba cada día mas y mas a su querida abuelita y cada noche que pasaba no dejaba de soñar alegremente con esta hasta que su bello sueño era interrumpido con el canto de un gallo el cual la regresaba a la penosa realidad; hasta que una noche la niña no pudo aguantar más su dolor y tomó la fatal decisión de quitarse la vida pensando que dicha decisión aliviaría en algo su dolor, así esta se dirigió a la despensa de la casa abriendo un frasco que contenía un potente raticida que usaban las monjas para defenderse de esta temida plaga, luego tomó el veneno persinándose y mirando hacia el cielo que era el lugar donde quería llegar para unirse a su abuela cayendo muerta instantáneamente. Al día siguiente la noticia estremeció a los pobladores de la provincia, aunque algunos decían que era lo mejor que le había sucedido al ver el desconsuelo de la niña, así la pequeña fue enterrada en el pabellón de niños del cementerio.
Al poco tiempo una familia se dispuso a visitar a un familiar al cementerio estando allí, a estos les ganó la noche al encontrarse dándole acabados a la tumba del difunto; cuando se percataron de que su menor hijo no estaba con ellos así que se pusieron a buscarlo por varios minutos, hasta que la madre de éste lo divisó a lo lejos, corriendo hacia él para increparle su conducta para lo cual la madre interrogo al niño diciéndole por que se había alejado tanto del sitio donde estaban, el niño le respondió con una gran tranquilidad que se había alejado por consejo de su pequeña amiguita, quien lo llamó a lo lejos y le dijo que la acompañe a jugar allí donde estaba su abuelita; la madre no veía en las cercanías a dicha niña y al ver la tumba que estaba al frente se dio cuenta que esta era de la abuela asesinada y pensó que quien convenció a su hijo para que vaya a ese lugar no podría ser otra que el espíritu de la niña que se suicido; la madre sujeto fuertemente al niño y corrió despavorida hacia donde estaba el grupo de gente contando de lo sucedido a todos los familiares, quienes no les quedo otra cosa que rezar por la pobre alma de la niña que al parecer no obtenía descanso final; así pasaron los días y las noticias de niños que se perdían en el cementerio llevados por una amigable niña quien los invitaba a jugar en el lugar donde se encontraba la tumba de la abuela eran ya común; muchos de los niños perdidos contaban luego que la niña les decía que sentía muy triste porque era ahí donde ella quería vivir y que ella vivía muy lejos.
Esto llego a oídos del padre la parroquia quien creyó tener la solución, así que hizo que se le trasladase a la niña desde su pabellón al lado de la tumba de su abuela con lo cual el alma de la traviesa niña descansó en paz y con ello dejaron de perderse niños en el cementerio de la provincia. La gente del pueblo recuerda este hecho y siempre que va al cementerio lleva un dulce o alguno que otro juguete los cuales son puestos en la tumba de la niña.

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